[:es]Aunque muchos creen que el anestesiólogo es sólo el médico que está detrás de la mascarilla, el que ayuda a dormir y despertar en el quirófano; su papel es central en cada cirugía. El anestesiólogo protege y regula las funciones vitales básicas como la respiración, la frecuencia cardíaca y la presión arterial del paciente, durante los procederes quirúrgicos, pero previamente certificó que este estaba apto para llegar a la intervención. Igualmente es el especialista que diagnostica y trata los problemas médicos que pudieran ocurrir en la cirugía y la etapa postoperatoria. No obstante, arribar a este nivel no ha sido cosa de poco tiempo.
El día 16 de octubre de 1846 William Thomas Green Morton, médico y odontólogo estadounidense, logró realizar una cirugía con anestesia local, utilizando éter inhalado, y es la fecha escogida para celebrar el nacimiento oficial de la anestesia y la Anestesiología; pero desde épocas inmemorables los hombres trataron de evitar el dolor de sus semejantes en eventos como partos, enfermedades y cirugías. Hoy bien vale rememorar un poco:
Los asirios usaban un método peligroso, que consistía en comprimir la carótida a nivel del cuello para crear una isquemia que llevara a un estado comatoso. En Mesopotamia se utilizaban algunos narcóticos vegetales, como la adormidera, la mandrágora y el cannabis (hachís), que procedían de la India o de Persia.
El uso del opio, que se conocía desde mucho antes, fue pasando de los sumerios a los asirios, a los babilonios, a los egipcios y, de allí, al resto del mundo por el Mediterráneo. Ya Hipócrates, por el 460 a. C., mencionó sus efectos narcóticos. Sin embargo, la adicción y la euforia causaban grandes problemas. En 1680, el inglés Thomas Sydenham hizo un preparado de opio, cereza, vino y hierbas, denominado “láudano de Sydenham”, muy usado para múltiples malestares.
En 1772 se descubrió el óxido nitroso. En 1798 Sir Humphry Davy describió que este hacía reír, por lo que lo llamó “gas hilarante”, que además podía eliminar el dolor físico y ser utilizado en cirugías.
Mucho antes, a fines del siglo XIII, en Mallorca, Ramón Llull, alquimista, polifacético y visionario, obtuvo un líquido volátil al que llamó vitriolo dulce. En el siglo XVI, Paracelso en Suiza notó que este dormía a algunos animales, que al inhalarlo no sentían dolor. Ninguno de ellos lo usó en humanos. En 1740, el alemán Frobenius lo denominó éter.
En 1842, el Dr. Crawford Long extirpó sin dolor un tumor de la nuca a un paciente usando una toalla embebida en éter. Él trabajaba en una zona rural de Georgia y lo publicó recién años después, en 1849.
El mismo 1842, un estudiante de Medicina, William Clarke, ayudó a extraer una muela a una amiga usando una toalla con éter. Su mentor, el Profesor Moore, lo desalentó de continuar esos experimentos.
A fines de 1844, Horace Wells, un odontólogo de Connecticut observó cómo una persona que estaba bajo la influencia de óxido nitroso –el ya mencionado “gas hilarante”– se había hecho unas heridas pero no sentía dolores. Esto lo llevó a probarlo en sí mismo extrayéndose una muela, con la ayuda de su asistente. Como no sintió dolor, buscó demostrar este hecho en el Massachusetts General Hospital. La presentación fracasó, el paciente se movió, se quejó y Wells hizo el ridículo.
Un año y medio después, surge la figura del ya mencionado William Thomas Morton, a quien se suele atribuir el mérito de instaurar la anestesia en cirugía, por ser el primero en demostrar públicamente la utilidad de la anestesia, pero en honor a la verdad no la inventó ni la descubrió.
Entrar hoy a nuestros salones de operación impresiona al encontrarse con estos sofisticados equipos que parecen dignos de una estación espacial. Gracias a la experticia de los Doctores en Anestesiología, el éxito de todas las especialidades quirúrgicas de la Clínica está garantizado. Así que, sin más dilación: ¡Felicidades Víctor Navarrete Zuazo, Beatriz Vallongo Menéndez, Marietta de la Barrera Fernández, Damarys Flores Vargas Sara Fernández Abreu y José Turrent Figueras![:]